lunes, 29 de noviembre de 2010

Las murallas sin sentido...


Cuentan en una ocasión que un hombre muy poderoso, hijo de una familia con una inmensa fortuna y territorios realizó un viaje lejos de su palacio para conocer el límite de sus riquezas, caminó junto al sol y a su fiel siervo quien lo había visto crecer durante poco más de dos décadas.

Andando a través de verdes campos entre cerezos, olivos y robles; respiraba la frescura del aire que llenaba por completo sus pulmones, percibía el olor de la tierra bañada por las gotas de lluvia de un día anterior, observaba los mil y un colores que se posaban en el cielo, aquel mismo cielo que había visto diariamente pero que ahora se mostraba ante el completamente diferente.

Al mismo tiempo que contemplaba los paisajes y su reino, se asombró al ver la majestuosidad de su legado, le costó trabajo creer que un día todo aquello sería suyo.

Siguieron andando hasta que el camino a pie se terminaba, contemplando el horizonte el joven príncipe se sentó a orillas del mar, en ese momento escuchó a su siervo decirle - mi señor sus tierras terminan ahí - al mismo tiempo que señalaba con su dedo índice una línea imaginaria donde se observaba el nacer de las olas que empujaban el agua salada la cual llegaba suavemente hasta la punta de sus pies descalzos...

Pasaron algunos años cuando su padre el rey, murió. En la ceremonia de coronación no pudo dejar de pensar en aquel viaje realizado tiempo atrás, recordó las tierras, los olores, la sensación de bienestar que le dio esa experiencia. Y así decidió que como ahora era rey, podría disfrutar sin vacilar todo aquello.

Con mucha soberbia mandó a muchos de sus sirvientes a construir una muralla que hiciera notar a todos la grandiosidad de sus tierras, paredes majestuosas se posaban alrededor del territorio que poseía, cabalgando con la frente en alto sintiéndose superior realizó el mismo recorrido para observar el resultado de su nueva ordenanza. Tan ocupado estaba de no pasar por alto algún desperfecto de la estructura, que todo el camino lo invirtió en supervisar su fabricación, por si alguno hubiera osado de entregar un mal trabajo, no se saliera con la suya.

Acostado en su cama pensó que ese viaje no había sido para nada parecido a aquel hermoso viaje que tuvo cuando aún no poseía ninguna de esas tierras, no recordaba nada más que el color triste de aquellas paredes, sin embargo como estaba muy cansado y al día siguiente tenía muchas cosas que hacer, dejó de sentir nostalgia y cayó rendido a dormir.

Algunos meses después uno de sus súbditos le informó que aquellas majestuosas paredes empezaban a desmoronarse, precisamente en una sección donde se encontraba un pedazo de mar...el agua salada comenzaba a carcomer los materiales y, debido a que se encontraba inclinada, hacía peligrar la estabilidad de toda la estructura.

Rápidamente ordenó volver a colocar un reforzamiento ante esa amenaza, ¡las paredes serán del doble de su tamaño original! – gritó molesto… No tardaron en volverse a edificar, sintiéndose complacido se fue a su palacio a descansar.

Sin embargo al pasar de los días notaba con gran pesar que todas aquellas tierras perdían vida, los árboles se comenzaron a secar, el sol ya no brillaba como antes, las nubes ya no regaban su líquido angelical y los pájaros habían dejado de cantar. En ocasiones acostumbraba dar un paseo, sin embargo la mayoría del tiempo se dedicaba a supervisar aquellas murallas que había hecho colocar algunos años atrás.

Un día un gran temblor azotó la región derrumbando todas las paredes construidas alrededor. El rey furioso no era capaz en ese momento de volverlas a levantar, tenía la prioridad de sacar a su pueblo de la miseria que caracteriza a las zonas en donde acaba de ocurrir un desastre como aquel que estaba sucediendo en ese momento en sus tierras. En esas mismas épocas de mala suerte cayó también víctima de una enfermedad la cual lo inmovilizó en uno de los cuartos de su palacio, presintiendo su muerte le pidió a su fiel sirviente que lo llevase a dar el último paseo por su amada tierra.

Al ir caminando lentamente por los jardines y las aldeas, se percató de que todo era verde otra vez, el sol tenía un brillo especial y los animales habían hecho de sus tierras nuevamente su hogar. ¿Qué ha pasado? – Le preguntó con voz débil a su fiel lacayo. A lo cual él respondió – Una vez que las columnas cayeron todo comenzó a florecer, las estaciones del año aparecieron nuevamente y la naturaleza se dio paso una vez más.

El rey pidió estar un momento a solas, reflexionando ya no recordaba el motivo de haber construido las murallas en primer lugar; solamente podía recordar la sensación de aquella ocasión que caminó por primera vez en esas veredas, saboreando el soplido del viento que atravesaba los sauces y se abría por los campos hasta llegar a donde se encontraba él.

En ese momento aquel rey dejó de respirar al mismo tiempo que su corazón le regalaba su último latido…

"Cuando intentamos adueñarnos de algo que de naturaleza es libre, nuestros intentos serán en vano puesto que este siempre luchará e insistirá en escapar de esa prisión, y si desistiera de luchar por liberarse y se rindiera, poco a poco perderá todo aquello que nos hizo querer amurallarlo en primer lugar..."

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